Hoy en la mañana me di un golpe,
De esos pequeñitos en los que andas descalza y te golpeas el dedo del pie.
Y lloré, me permití decir que el dolor había sido tan fuerte y que por eso comencé a llorar, pero en realidad lloré por todas las cosas que traía acumuladas, tenía un nudo en la garganta de meses atrás que no había permitido que llegara más arriba, dónde desembocan las emociones y lo que guardamos para no pensar.
Me recosté en mi cama y como una niña lloré, por todas las veces que alguien me gritó y no me defendí, lloré por aquellas veces en las que entregué mi corazón y solo lo pisaron, lo maltrataron, por aquellos días en los que me aferré a alguien que nunca me quiso, por las veces que me sentí insuficiente para alguien, porque no me sentía bonita y me exigía más y todo terminaba en frustración, en más lágrimas y dolor.
Lloré por mí, por lo dura que he sido no con el mundo exterior, no con quien me ha herido, sino por lo dura que he sido conmigo, porque me metí en el papel de que nada me dolía, de que yo con todo podía, cuando por dentro de mí todo se derrumbaba y ya no podía con nada.
Por eso lloré, por esta mujer que hoy soy, que se ha permitido tirarse al piso una y otra vez pero se vuelve a poner de pie, y me pedí perdón, por las veces que a mí misma me insulté, porque no he valorado mi cuerpo que es como un templo, porque no me he amado como debería, porque no he cuidado lo suficiente mis heridas.
Y agradecí a mis partes rotas porque me han enseñado a ser más fuerte, porque a pesar de que no puedo reconstruirme y quedar como antes, sé que puedo reinventarme y ser una mujer nueva, con ilusiones y metas nuevas, con un presente nuevo, aún tengo mucho para dar, todo lo que he llorado quedará atrás y yo seré como el ave fénix que se regenera de las cenizas, más fuerte y renovada.
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